Rafael Hortal, escritor

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GastroLiteratura

Juan en París (continuación de Monique en Murcia)

Homenaje a «La Femme Damnée», de Álvaro Peña. Artista Plástico

Homenaje a «La Femme Damnée», de Álvaro Peña. Artista Plástico

Recuerdo la frase “Abarán-París-Londres”, que surgió a principios del siglo XX como significado del crecimiento económico de Abarán y El valle de Ricote por las exportaciones de frutas y conservas a Europa. Se lo comenté a Monique mientras contemplábamos la Torre Eiffel tumbados en el césped. Cuando nos despedimos en Murcia, le prometí una visita y aquí estoy, deseando volver a saborear todo, todo, empezando por nuestros besos ardientes que no daban tregua al diálogo bajo las nubes que avisaban de un repentino chubasco.

—Vámonos, Juan, si me mojo tendré que quitarme la ropa aquí mismo.

—Saldrías en todas las portadas, estamos rodeados de cámaras pegadas a turistas, tanto como hombres a nariz pegados. —le dije como analogía por el soneto de Quevedo.

—Ja, ja, ja. En Francia también sabemos de la enemistad entre Quevedo y Góngora. —“Ya está otra vez alardeando de conocimientos ¡si yo solo lo quiero para follar!” —Pensó Monique.

—¿Sabes que en Ulea, un pueblo del Valle de Ricote, hay una casa que construyó Eiffel?

—¡No me digas! —le dijo con asombro exagerado.

—Un adinerado exportador de frutas conoció a Gustave Eiffel en París porque le encantaban los limones y las naranjas de mi tierra, y le encargó que le hiciera una casa en su pueblo.

— ¿Tú también le echas limón a todo? —le preguntó con picardía.

—Por supuesto, a las patatas fritas, al mejillón…

—Vamos a mi casa, te voy a enseñar un secreto muy íntimo.

Sospechaba que quería que probara una macedonia de frutas sobre su cuerpo, con sabores distribuidos en según qué zonas, ya nos habíamos calentado por teléfono fantaseando con ese fetichismo en una de las ardientes conversaciones que manteníamos desde que se fue de Murcia. Primero me enseñó la cocina, amplia y repleta de utensilios. Brindamos con un vino blanco de Yecla que guardaba en frío desde que se lo regalé en Murcia, comimos ostras francesas con su receta de salsa de vino de Jerez y de Oporto; me llevó a la ducha como colofón del aperitivo. Desnudos, recorrimos la casa hasta llegar a una habitación que abrió con llave, al principio me pareció un gimnasio, con sus cuerdas, espalderas, banco para flexiones, una bicicleta estática con un sillín muy especial… sí, todo servía para ejercitar los músculos, pero con erotismo; no había postura del Kamasutra que ella no dominara, como comprobé más tarde. Corrió lentamente una cortina negra y sobre la pared pude ver un cuadro de tamaño medio: una mujer suspendida en el aire gozaba con tres ángeles que la acariciaban, deseándole su boca, sus pechos y su vulva.

—¿Te gusta?

—Es muy erótico.

—Este es mi secreto, guardo y venero este cuadro de mi antepasado Nicolás

Françoise Octave Tassaert. Me costó mucho dar con él para recuperarlo, es de 1859, se llama La Femme Damneé y fue el causante de su desdicha. Era un pintor muy cotizado pero cuando hizo algunas obras que escandalizaron a la sociedad burguesa, lo censuraron y calumniaron hasta que se suicidó.

—La sociedad siempre es muy hipócrita con los temas sexuales, pasa en todas partes, los que proclaman la moralidad, en privado son más depravados. —Estaba excitado, me pegué a ella por detrás con mi altiva erección entre sus glúteos, acaricié sus contundentes muslos y susurré a su oído que deseaba penetrarla, pero siguió hablando.

—Este cuadro es un referente mundial del feminismo.

—¿Por qué?

—Porque simboliza la libertad de la mujer para ser amada sin complejos ni

tabúes.

—¿Son tres ángeles quiénes la aman?

—Se ha escrito mucho sobre si son ángeles andróginos, hombres o mujeres,

pero eso es lo bueno, que da igual, lo importante es sentir placer, un placer supremo, celestial si quieres, ya que están ascendiendo en el aire. Estamos escuchando una melodía compuesta por un francés inspirado por temas hispano-árabes. Tendrás que esmerarte por los tres amantes. Ja, ja, ja. Allí, en el cajón tienes vibradores por si los necesitas.

Monique señaló un buró junto a la cruz de San Andrés; subió en las cintas del columpio sexual que colgaban del techo, cerró los ojos y abrió las piernas, el Bolero de Ravel parecía indicarle el ritmo a la lengua de Juan, las manos ascendían sobre las caderas hasta acariciar los pechos, los gemidos superaron a la música en intensidad, el clítoris hinchado le abrió paso a la erección de Juan, Monique gravitaba sobre el espacio, alcanzando el éxtasis místico, pero referido a la liberación que relataba “La mística de la feminidad”, un clásico de 1963, junto a “El segundo sexo”, de Simone de Beauvoir, aunque yo diría que pegaba más “Una habitación propia”, de Virginia Woolf, por el contexto donde estábamos.

Tres veces escucharon el largo tema mientras gemían de placer. Para recuperar la energía, Monique le preparó una comida fusión francesa-española con los mejores productos de la región de Murcia y la sutileza gala.

—Comeremos más ostras y almendras, el zinc es el mejor afrodisíaco.

—Me gustas mucho, francesita.

—No sabes muchas cosas de mí, solo lo que te he contado.

—Y otras cosas, como que cocinas muy bien, eres pelirroja de verdad y no tienes límite en el sexo.

—Y no quiero comprometerme con nadie, sola vivo muy bien, aunque tienes que saber que contigo tengo mucho filin. Pocos han probado mi “Origen del Mundo” y solo tú conoces mi cuadro secreto.

—Este cuadro estará muy bien valorado ¿Te costaría conseguirlo?

—Mucho, pero no pagué con dinero. —Guiñó un ojo—. Si quieres conocer la historia tendremos que viajar a Londres.

—De acuerdo, seguiremos la ruta de nuestra fruta. Con Brexit o sin Brexit, allí iremos.

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