Rafael Hortal, escritor

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GastroLiteratura

Novacento (Continuación de Juan en París)

«Las mujeres secretas», de Álvaro Peña. Artista Plástico

«Las mujeres secretas», de Álvaro Peña. Artista Plástico

Atrás quedaron las proezas de las exportaciones de Murcia a París y Londres; en este nuevo periodo de la Inteligencia Artificial y las máquinas pensantes, las frutas, hortalizas y vinos de Murcia fluyen con rapidez a China. Hablamos de eso durante la cena que Monique preparó en su casa de París con productos murcianos. Aunque no me lo dice, creo que no le gusta cómo cocino; preparó unas alcachofas escaldadas en agua con limón y rehogadas con pimentón picante, zanahorias y tomates; teníamos que recuperar las energías tras la dura sesión de sexo “colgaos” en las cintas, como en el cuadro de su antepasado Tassaert. Me sorprendió cuando se sentó a la mesa, quizás quería calentarme nuevamente simulando que era otra mujer; con las gafas rojas y peluca morena de flequillo sobre la frente parecía otra francesita, el acento no lo cambió, su ropa era de lo más ecléctica: ajustado jersey blanco sin mangas con la cintura al aire, pantalón vaquero corto y roto sobre elegantes medias rayadas y zapatos rojos de tacón fino.

—Cuéntame, ¿cómo conseguiste el cuadro? ¡Valdría una pasta!

—Te dije que no fue con dinero…, Juan, necesito enfriarme. Pásame un cubito por los pezones.

Lo hice mientras ella relamía el cucurucho de helado de higos y clavaba su mirada en la mía… me lancé a quitarle el jersey, el helado de higos cayó sobre sus excitados pezones, y mi lengua aleteó para procesar los sabores y las texturas bajo el sonido de sus gemidos. Ella también quiso helado sobre plátano. La alternancia del calor y el frío es una fabulosa técnica ancestral japonesa que deberíamos importar. Sus viejos vaqueros acabaron rajados totalmente, su larga vida útil finalizó. Tras la salvaje tormenta en el maltrecho sofá, llegó la calma.

—Juan, no hace falta que vayamos a Londres para que te cuente cómo conseguí el cuadro de mi antepasado.

—Soy todo oídos —le dije mientras nos acomodábamos en el sofá—.

—Sabes que en los restaurantes es fácil escuchar alguna conversación sin querer…

—Ya lo creo, una vez, en Lorca, en la mesa de al lado, tres hombres hablaban de quién tenía el mejor semen. Resultó que eran ganaderos del sector porcino y hablaban de sus sementales, ¡jajaja!

—En mi restaurante, escuché fragmentos de la conversación de dos hombres  mientras les servía los platos, hablaban de un rico japonés coleccionista que tenía obras de Tassaert, indagué en Internet y resultó ser el científico Sakuya, director de una empresa de Inteligencia Artificial y robótica en Londres. Fue muy fácil conseguir una cita con él para conocer si me vendería el cuadro “La femme damnée”. Ahora lo llamo “La mujer gloriosa”, es más apropiado.

—Continúa. ¿Cómo lo conseguiste?

—Me estaba esperando, había sido una encerrona. Sabía todo de mí por culpa de los Big Data que circulan por Internet. En su despacho tenía el cuadro colgado, me deslumbró verlo. Jugué con el japonés una partida de ajedrez en su despacho de Nichitruñ Corporation; mientras no paraba de preguntarme cosas.

—Como en las películas famosas de ciencia ficción.

—Sí, era todo muy teatral; quería emular a “Blade Runner”, “Uncanny”, y tantas otras que rinden homenaje al falso autómata jugando al ajedrez que creó un relojero en el siglo XVIII, o al autómata que siempre ganaba al ajedrez creado por el ingeniero español Torres Quevedo en 1912. Sakuya me enseñó un vídeo de sus fabricaciones de robots y los laboratorios de ingeniería genética. Si quería conseguir el cuadro tendría que colaborar en un estudio sobre las sensaciones humanas durante las relaciones sexuales.

—¿Para qué?

—Para trasladar los datos a una ginoide sexual mediante un software implantado en su cerebro.

—Ya, hay que crearles un pasado y unos sentimientos… pero luego ya sabes lo que pasa…

—Sí, si no tienen programada una fecha de caducidad, van asimilando y progresando en la condición humana, y quieren ser humanos aunque pierdan la perfección y la inmortalidad; lo vimos desde “Pinocho” hasta “El hombre bicentenario”. Firmé un contrato. Me hicieron pruebas genéticas, me pusieron sensores bajo la piel; elegí a Iván como mi pareja entre los candidatos disponibles; por supuesto era guapo, musculoso y bien dotado.

—Y encima te dieron el cuadro…

—Espera que lo relate cronológicamente: Tendríamos que estar durante dos días en una bonita casa repleta de sensores y cámaras.

—Exhibicionismo puro, seguro que mostraste tus alardes de femme fatale. Es una designación francesa, pero el que mejor la describió fue Valle-Inclán: “La mujer fatal es la que se ve una vez y se recuerda siempre. Esas mujeres son desastres de los cuales quedan siempre vestigios en el cuerpo y en el alma. Hay hombres que se matan por ellas; otros que se extravían…”

—¿Tú me ves así? Reconozco que pasé un día increíble. Una vez que conseguí olvidarme de las cámaras, hice aflorar el sexo más romántico y la pasión más salvaje, sin tabúes. Todo el día comiendo y follando, a veces las dos cosas a la vez. Las endorfinas estaban a tope entre los alimentos picantes, el chocolate y los orgasmos.

—Está demostrado que el buen funcionamiento intestinal y los orgasmos aumentan la longevidad ¡Y encima te dan el cuadro de tu antepasado!

—No terminó así la cosa. El segundo día recibimos una visita inesperada; un chico y una chica llegaron a la casa con acreditaciones de la empresa Nichitruñ Corporation, diciéndonos que venían a aprender participando en los juegos sexuales. Ya te puedes imaginar la orgía que montamos, sin prisas, 24 horas de placer, decenas de orgasmos y transfiriendo fluidos y Gigabytes.

—¿Era la primera vez que lo hacías con una mujer?

—No, cuando era más joven tenía relaciones con una amiga, pero si era la primera vez que lo hacía con ginoides experimentales, casi no se distinguían de los humanos.

—¡Ohhh, qué experiencia! –Juan abrió los ojos con sorpresa y pensó cómo Monique había tardado tanto tiempo en contárselo.

—¿Tú estás seguro de que soy Monique? A lo mejor soy un clon de ella. ¡Jajaja!

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