GastroLiteratura
¡Hasta siempre, Raimundo!
Un alarde de murcianía
Esta semana que termina con el gran Entierro de Doña Sardina, con las calles de la capital llenas a reventar y un ambiente extraordinario, me encontré con Paquichelo. Ella es toda una institución en la ciudad del Segura y decidimos tomar unas cañas con unas piruletas de wagyu en la Plaza del Cardenal Belluga.
De inmediato y, debido a la amistad que le unía a ella con Encarna y Raimundo, no se pudo evitar hablar del gran visionario culinario que fue Raimundo González Frutos y su pasión por la cocina, con una vida dedicada al emblemático Rincón de Pepe, donde recopiló toda la cocina regional murciana, elevando platos tradicionales a la categoría de verdaderas obras de arte.
Recorrió toda la Región en compañía de su esposa Encarna, rescatando recetas tradicionales que terminaron en la carta de su restaurante. Me comentaba Paquichelo que, en una ocasión, compartiendo mesa con el matrimonio González Molina en su residencia de verano en Campoamor, donde también tenía una gran cocina, a Raimundo le gustaba decir que en su casa recibía a los amigos y a los clientes en el restaurante, pero a los clientes los convertía en amigos y la casa se le quedaba pequeña para tantos amigos.
Entre las anécdotas que me transmitía Paquichelo de la familia González, recordaba que un día le regaló Encarna a su marido una camisa de Yves Sant Laurent, con las iniciales de dicha marca en el pecho y Raimundo le dijo que él no le hacía publicidad a nadie y que le pusieran las suyas. Desde entonces todas sus camisas eran R.G.F.
Mientras nos servían otra refrescante caña con unos sabrosos salazones cartageneros acompañados de unas almendras marconas, se iban sucediendo las anécdotas. Los grandes cocineros Subijana y Arzack le llamaban “Don Raimundo”, por el gran respeto que le tenían a todo un señor de la cocina. Raimundo fue de los primeros en hacer lo que ahora está tan de moda, la publicidad en televisión pero de aquella época, anunciando Kelvinator electrodomésticos y aceites Koipesol.
Han sido tantos los encuentros mantenidos por Paquichelo con Raimundo que me transmitía que cuando le llamaban restaurador, él rápidamente respondía “yo soy cocinero, restaurador es quien restaura los muebles”. La vinculación entre ambas familias era tan grande que me recordaba Paquichelo que, cuando el joven Raimundo olía todo lo que se cocinaban en las casas del pueblo, comentaba: en casa de la señora Lola están cocinando lentejas; la vecina Isabel, cocido; Conchita, un potaje. De esa manera comenzó su iniciación al mundo de la cocina, donde llegó a ser el gran artífice de la cocina regional, llegando a ser la primera Estrella Michelin de la Región. Le comentaba Encarna que Raimundo valoraba mucho su estrella y que realmente él era el hombre estrella, pero ella era quien le daba brillo y le quitaba el polvo.
Raimundo fue jefe y amigo de sus muchos empleados. Los avalaba profesionalmente, incluso asesorándolos lo mejor que podía para que emprendieran o iniciaran su propia actividad como autónomos. Encarna que era su parte humana, igualmente les aportaba su experiencia personal. El ejemplo más claro fue el día de su entierro, en que todos los que fueron sus empleados, muchos de ellos ahora empresarios y sus descendientes, ahí estaban dándole el último adiós y valorando al más grande de la hostelería regional.
Contaba Raimundo que, cuando pasaba por el médico o en algunos casos por el hospital, todo el mundo le saludaba con un ¡Don Raimundo cómo está usted, qué bien le veo!. Él mismo se sorprendía de que todo el mundo le conociera y le saludara. Pero su sencillez era tan grande, tan grande, que era querido por todos, aunque a él le sorprendiera.
Terminando con otras cañas y unas empanadillas de rabo de toro junto a Paquichelo (pues parecía que el tiempo no pasaba hablando del padre de la gastronomía murciana que puso el nombre de Murcia en el mapa gastronómico del mundo) me recordaba que, una mañana desayunando con él en la Arrocería Marcelo, en Campoamor, donde le tenían adjudicada “La Mesa de Raimundo” reservada para él, contaba que le tocó hacer la mili en Barcelona y coincidió con el cura Pepe Lázaro, y con Don Jaime de Mora y Aragón, si el del “monóculo”. Años después, Don Jaime de Mora tocaba el piano en el Rincón de Pepe y residía en el hotel. Cosas de la vida y de Raimundo.
Para terminar, no puedo dejar de contar mis dos experiencias personales vividas con el hombre más emblemático de nuestra gastronomía y, a su vez, el más sencillo:
La primera fue en el propio Rincón de Pepe comiendo junto a los barriles, en compañía de Andrés Martínez, habitual del restaurante y donde en la sobremesa compartimos tertulia con el Hijo Predilecto de Murcia, Premio Nacional de Gastronomía, Medalla de Oro al Mérito Turístico, Mayor del Año de la Región a sus 94 años, Doctor Honoris Causa por la Universidad de Murcia, Miembro de Honor de la Academia de Gastronomía de la Región de Murcia y Socio de Honor del Club Murcia Gourmet, el cual le rindió un homenaje con la edición del libro “Raimundo: Rincón de Pepe, toda una vida”, de la mano de Ismael Galiana, en el año 2016.
La segunda fue en casa de otro gran hombre de nuestra Región. En esta ocasión en la Villa de Torre Pacheco, con Pericales en su finca La Casa Grande y en el restaurante La Herencia, que estaba decorado con todos los ornamentos y detalles de los primeros tiempos del Rincón de Pepe y donde realizó el menú Raimundo, para luego unirse a sobremesa y tertulia para hablar de gastronomía, amistad, región y de lo divino y lo humano, junto a más de cincuenta buenos amigos de todos los puntos de nuestra región.
Como homenaje a Raimundo González Frutos les dejo con esta reflexión: “El amigo ha de ser como el dinero, que antes de necesitarlo se sabe el valor que tiene”.
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