GASTROLITERATURA

Eros con atún y limón

Por Rafael Hortal, escritor

«Entre gotas de limón». Autor: Alvaro Peña

El palo de la mayor parecía el puntero que señalaba la Vía Láctea; Tomás y Teresa permane- cían desnudos sobre la cubierta de la goleta, fondeada en una tranquila cala de la costa de la Re- gión de Murcia, sólo se escuchaba el sonido del agua sobre el casco y el tintineo de los obenques. Parecía una película romántica, de esas que des- de el principio muestran a los personajes predispuestos a morir de amor, pero no era así. Tomás, informático, y Teresa, profesora de literatura, eran amigos fetichistas, de los que buscan el erotismo en todas partes.

Nuestra galaxia espiral se dejó ver en todo su esplendor sobre la 1 de la madrugada, había poca contaminación lumínica procedente de los barcos pesqueros.

—¡Qué insignificantes somos! Lo increíble es que podamos entender el universo; al menos el profesor Hawking lo entendía —dijo Tomás con sarcasmo—. ¿Pero, cómo empezó todo esto?

—El poeta griego Hesíodo lo tenía claro en el siglo VI a. C. “Al principio era el Caos, el espacio inmenso y tenebroso. Después apareció Gea, la Tierra de amplio pecho, y finalmente Eros…”

—¿Has dicho Eros? ¡Yo soy Eros!

Tomás cogió uno de los cubitos que enfriaban el vino blanco y lo deslizó por la pierna y el interior del muslo de Teresa, lo elevó sobre el pubis, unas gotas frías cayeron sobre la piel; eso les hizo recordar la cena de sushi corporal que habían organizado esa misma tarde a la puesta de sol. Del atún rojo se come todo, por eso prepararon con esmero trozos de diferente textura y sabor. Teresa utilizó palillos para coger los trozos previamente colocados sobre el cuerpo de Tomás, que permanecía inmóvil sobre la colchoneta de proa; inmóvil hasta que su pene sintió el cosquilleo de los palillos de Teresa intentando coger torpemente un sabroso lomo de atún, mientras con la otra mano le ofrecía una terrina de oreja de atún a la plancha con foie. Tomás no utilizó palillos, se deleitó lamiendo surcos de piel hasta alcanzar los trozos, bordeó los pechos con su lengua, absorbiendo sobre los pezones los finos lomos de atún crudo y los pequeños montículos de arroz sazonados con jengibre, se aseguró muy bien de que no quedara ni un solo grano sobre los pechos; el sabor más exquisito lo había reservado para el final, sobre el pubis, con la gelatina traslúcida del interior de los huesos del atún. Tomás le echó un buen chorro de limón para suavizar el sabor a mar, parecido al de una ostra. Se esmeró en no dejar ni rastro, Teresa gemía de placer.

Mientras recordaba los manjares, pasaba el cubito de hielo sobre los pechos,  para endurecer los pezones.

—¿Te ha gustado la experiencia del sushi corporal? –le preguntó Teresa relamiéndose con picardía.

—Menudo banquete.

—¿Sabes que Platón dice en “El banquete” que Eros nació de Poros, la abundancia y de Penia, la pobreza? Eso explicaba los diferentes aspectos del amor.

—¿Hay amor en la pobreza?

—El hambre ha sido una constante de la humanidad y lo sigue siendo. Nosotros somos unos afortunados. Fíjate en el “Arquero” que llevas en esa camiseta a la que le tienes tanto cariño –se refería al “arquero cazando cuadrúpedos”, de arte neolítico encontrado en la cueva de la Serreta en Cieza—, sólo pensaban en cazar para alimentarse, y supongo que en el sexo para satisfacerse; era instinto y deseo, sin amor. El amor llegó siglos después, cuando se le dio prioridad a los sentimientos.

—¡Anda que no pasaba hambre el Lazarillo de Tormes!

—Y el Buscón, Guzmán de Alfarache y Sancho Panza. Se ha escrito mucho sobre la miseria y el hambre, pero el poema más hermoso lo escribió Miguel Hernández: “Nanas de la cebolla”.

Permanecieron en silencio admirando el firmamento, calculando cuántas generaciones deberían pasar antes de pisar Marte, ahora que se sabe que tiene al menos un lago de agua tan grande como el Mar Menor. Una cosa tenían muy clara: ellos no eran inmortales, por eso intentaban disfrutar a cada instante, “carpe díem”. Es más fácil que el hombre de las estrellas nos visite, y ese era un buen momento para hacer el amor bajo las estrellas escuchando “Starman” de David Bowie.

Al día siguiente pusieron rumbo a Cabo de Palos para ver a los cetáceos en su ruta migratoria. Tomás iba agarrado al estay de proa, Teresa, al timón, navegaba ciñendo al viento. Divisaron un banco de atunes; acuartelaron el foque y liberaron las velas para quedar al pairo; así pudieron admirar y hacer fotos a estos impresionantes animales tan apreciados en Japón.

Teresa se desnudó sin decir nada y se agarró al palo de la mayor, ofreciendo poses eróticas para llamar la atención de Tomás que pronto elevó el teleobjetivo para enfocarla bien.

—En la proa parecías el capitán Ahab de “Moby Dick” buscando al cachalote blanco –le dijo con excitación, mientras le indicó que se tumbara en la colchoneta.

—¿Sabes que el cantante Moby es el bisnieto de Melville, el autor de la novela?

—No lo sabía. En la novela se menciona la carne de marsopa como exquisita, bien sazonada, por supuesto. ¡Uhmm! –Se relamió.

—Y con un chorrito de limón, que con la rica cocina mediterránea nunca sufriremos escorbuto.

  Si desea patrocinar esta noticia, contacte con revista@pomarus.com

Cómete la Región de Murcia