GASTROLITERATURA

Monique en Murcia

Por Rafael Hortal, escritor

«La memoria del agua». Autor: Alvaro Peña

Mi cabeza era una olla a presión, todos los pensamientos se fundían para com-partir sus esencias; se marinaban ideas, conceptos, fechas, datos y sobre todo deseos. Quizá era por el solanero que me estaba dando en la sesera, como dicen por aquí en Murcia.

Todo comenzó cuando conocí a Juan en un foro gastronómico de Internet, era un “cocinillas”, después me di cuenta que sólo era un teórico, sus guisos estaban horribles, pero él estaba muy bueno y una cosa compensaba a la otra.

Soy francesa, me llamo Monique, tengo un restaurante en la urbanización nudista de Cap D’Agde, nuestra especialidad son las huites y moules con todas las recetas imaginables: a la marinera, con vino blanco, con salsas… Nuestros clientes van desnudos con su toalla correspondiente para sentarse sobre la silla; los trabajadores vamos vestidos mientras cocinamos y servimos. No os podéis imaginar la cantidad de situaciones morbosas que eso provoca, es mucho más erótico si llevo ropa provocativa que cuando voy desnuda, los clientes me desnudan con su imaginación, lo noto en sus miradas, me gusta excitarlos. Piensan que la comida que sirvo es afrodisiaca, pero en realidad es la suma de sensaciones agradables: luz, música, olores, sabores y por supuesto mi minúscula minifalda de cuero negro y mi blusa blanca transparente que deja entrever mis generosos pechos.

A Juan no le dije que era nudista, en la foto que tengo en el WhatsApp parezco una chica intelectual con gafas y un poco sosa; yo alimento su curiosidad por saber si soy pelirroja natural. La foto de Juan reflejaba un chico muy atractivo, y así era realmente cuando nos vimos en el Malecón junto al río Segura.

—¡Hola, Juan!, ¡menudo calor tenéis aquí! —Sonrió y me dio dos besos.

—¡Me alegro de que vinieras a conocer mi tierra!

—¡Y tus recetas con hojas de limonero, ja, ja, ja!

Me arrepentí de halagar sus recetas por Internet. Después de probar su rabo de toro, me refiero a la receta con salsa de verduras y chocolate, conseguí sutilmente que saliéramos siempre a comer y cenar fuera con la excusa de conocer la carta de los restaurantes de la ciudad. ¡Magníficos! En los tres días que estuve en Murcia anoté recetas extraordinarias como la de “Violeta poché”: patata violeta, huevo poché, setas de cardo, brócoli y trufa, del restaurante Emboka.

Juan es profesor de finness y masajista; sabía que yo daba clases de cocina en Francia y se estudió toda la historia de la gastronomía para impresionarme, aunque con su gran rabo duro habría sido suficiente, los dos sabíamos que aprovecharíamos los tres días en la cama, bueno, también en la cocina sobre la lavadora centrifugando y sobre todo en su balcón “mirando a Cuenca”. Desde el primer día quiso impresionarme con sus conocimientos culturales, cuando yo lo que quería era saborear su cuerpo, morderlo, comérmelo crudo.

En el Malecón me cogió de la mano y me llevó al palacio Almudí —que fue un depósito de cereales en el siglo XV— a ver la exposición del conde de Floridablanca y su influencia en la corte del rey Carlos III. Comenzó el alarde:

—Floridablanca hizo el censo y el nomenclátor en España. ¿Sabes qué comía Carlos III?

—¿Tú lo sabes? —le dije con interés exagerado.

—Los ricos comían mucha carne. La mesa del rey estaba repleta de comida, le gustaba la sopa de cangrejo con pichones, perdigones asados, criadillas fritas, pato cebado asado, costraditas de pollas al blanco, costillas de ternera en adobado…

—La verdad es que los cocineros de los reyes siempre estaban muy bien considerados, las clases pudientes dan mucha importancia a la comida. Catalina de Médici era una gran entendida, hablaba del azafrán y de la alcachofa como afrodisiacos, aunque también conocía los venenos con los que mató a gente de la corte francesa, entre ellos a su propio hijo cuando por error tocó el libro envenenado destinado a su yerno.

—Y el pueblo siempre pasando hambre. El marqués de Esquilache, ministro de Carlos III, subió el precio del pan, y ese fue el detonante para la revuelta en Madrid conocida como el motín de Esquilache.

La exposición era muy interesante pero cuando empezó a contarme lo de Pepe Botella y de cómo Goya pintó los fusilamientos del 3 de mayo en Madrid le dije de irnos, que yo era más de hacer el amor que la guerra. Por fin lo captó y me llevó rápidamente a su casa.

Se ofreció a darme un masaje, me pareció un buen comienzo para una larga tarde de placer; me desnudé y le señalé mi pubis rasurado, seguía teniendo dudas de si mi larga melena pelirroja era natural o no. Boca arriba en la camilla de masajes me dejé hacer, sus manos untadas en aceite hacían estremecer mi cuerpo, sentía el aumento de la temperatura en el horno, las puertas se hinchaban cada vez que sus manos recorrían el interior de mis muslos hacia la vulva. Le pedí que metiera su barra de pan en mi horno de una puta vez.

Al día siguiente me llevó a una conferencia sobre el erotismo en la poesía árabe: la profesora de la Universidad nos habló de los autores y sus libros más eróticos, también nos citó la cantidad de seudónimos utilizados en árabe para mencionar el pene y la vagina.

Noté que la barra de pan se estaba poniendo dura y mi boca tenía hambre, lo más cercano eran los servicios del local, es absurdo desaprovechar cualquier ocasión de sentir placer. Continuando con lo de saborear exquisiteces me llevó a un pequeño restaurante que sólo sirve a 12 comensales de forma personalizada, cada plato descubría texturas y sabores con matices insospechados. Se llama Kome, una fiesta para las papilas gustativas; el colmo fue cuando Samuel nos sirvió las ostras francesas con caldo de algas, azúcar palo coto y jerez. Siempre estoy abierta a aprender y abierta para disfrutar.

Fueron tres días de cultura, sexo y gastronomía. Me encanta Murcia, espero volver pronto. El poeta Jorge Guillén escribió que la Región de Murcia era “el único lugar del mundo donde se puede respirar la luz”.

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